Matrimonio egipcio
Para los antiguos egipcios el matrimonio no precisaba formalizarse mediante una ceremonia, sino que era simplemente la concreción del deseo de vivir juntos y fundar una familia. Los novios tenían muchas oportunidades de llegar a conocerse antes del compromiso. Hay estatuas e imágenes que muestran a esposo y esposa enlazados por la cintura, tomados de la mano u ofreciéndose flores o alimentos, y la abundancia de poesía amorosa parece implicar que muchas parejas se enamoraban y se elegían el uno al otro, si bien el consentimiento de la mujer no tuvo relevancia hasta la dinastía XXVI. Aún entonces parece que hubo casos en los que este no se solicitaba, a pesar de considerarse moralmente reprobable que el padre contrariara la voluntad de la hija. A este respecto existe una inscripción del periodo Ptolemaico en la que se lee: “Mi padre me dio en matrimonio sin saber yo nada y sin mi consentimiento”. La tradición señalaba que los padres del joven pretendiente debían visitar la casa de la novia para recabar la aceptación de la familia y alcanzar un acuerdo que se centraba en dos puntos principales: una suma de dinero, llamada Mahr, que se pagaba a la novia para ayudarla a preparar los muebles, y un valioso regalo consistente en una joya que el novio entregaba a su prometida en prueba de su estima y en compensación por la virginidad que ella perdería, y que era muy valorada. Esto no era aplicable en el supuesto de un segundo matrimonio, pero también en dichos casos se ofrecía el presente por otros conceptos. Tampoco faltaba nunca un anillo, entregado antes o después de la boda. El anillo tiene forma circular, símbolo de la eternidad. Los primeros eran muy sencillos, y se elaboraban trenzando cáñamo.